VIOLENCIA DE GÉNERO

       A lo largo de la historia de la humanidad, la violencia familiar ha sido un hecho frecuente y se ha manifestado fundamentalmente contra los miembros más vulnerables de la misma, menores, mujeres y ancianas/os.
       En la mayoría de las ocasiones, era el varón el que perpetraba los actos violentos y los dirigía contra su mujer e hijas/os. Estos hechos habituales, considerados normales dentro de las relaciones conyugales, eran relegados a la intimidad familiar, evitando su salida a la luz pública, con su consecuente ocultación, admisión y aceptación.
        Desde el principio de los tiempos, el ser humano ha utilizado la fuerza física y psicológica como medio para imponerse sobre terceros a los que deseaba dominar, o de los que debía defenderse. Tanto a nivel de grupo, como en relaciones individuales, la fuerza física unida a la agresividad, ha sido signo inefable de gobierno, por lo que ante la existencia de tales circunstancias en un individuo, era incuestionable quién regentaba el mando. Esta predisposición humana a la dominación y al control en las relaciones sociales, puede ser limitada y regulada, como ocurre con la jerarquización.

        A fin de conseguir construir un orden social, las sociedades se han basado a menudo en jerarquías de poder sexistas. Diferentes autores mantienen hacia este respecto que los valores que sostienen el aprendizaje de la violencia son el sexismo y la misoginia (Alberdi y Matas, 2002). Estos tipos de sociedades con jerarquías de poder sexistas, han ido asentando un conjunto de tradiciones estereotipadas, en las que el varón dominaba sobre la mujer. Estos estereotipos de masculinidad y feminidad “son resultado de expectativas sociales, experiencias pasadas, exposición a modelos prototípicos e interacciones comportamentales cuyos resultados reciben distintos tipos de refuerzo” (Barberá, 1998).
Estas tradiciones, mantenidas, amparadas y reforzadas por culturas, religiones e ideologías, leyes, e instituciones, han conseguido mantener el orden preestablecido, en que se asegura un orden jerárquico de mando, donde el varón se encuentra en superioridad con respecto a la mujer.
     

         No hay que ignorar, que pese a que el maltrato a la mujer por parte de la pareja es obviamente frecuente, no ocurre lo mismo en todas partes. Existe documentación antropológica sobre sociedades de pequeña escala, como los Wape de Papúa Nueva Guinea, donde la violencia en el hogar es prácticamente inexistente (Counts et al.,1992; Levinson, 1989). Sin embargo, otras investigaciones indican que en la misma Papua, el 67% de las mujeres de áreas rurales y el 56% de las mujeres urbanas han sido víctimas de la violencia doméstica (Heise et al., 1994).

          El fenómeno de la violencia contra las mujeres dentro de la pareja es la manifestación de un problema de causalidad estructural, compleja, social e histórica, en la que se ha ejercido violencia contra las mujeres por el mero hecho de serlo. Los malos tratos físicos, los psicológicos, el acoso y las agresiones y abusos sexuales están presentes en las vidas de multitud de mujeres sin que sientan que pueden hacer algo para evitarlo. No hay que olvidar, que el maltrato físico va acompañado la mayoría de las ocasiones por el maltrato psicológico, e incluso de abuso sexual (Campbell, 1999; Ellsberg et. al., 1999; Koss et al.,1994; Leibrich et al.,1995).
      

          Este tipo de violencia, ha surgido de ciertas normativas culturales donde el dominio masculino ha ido limitando los derechos de las mujeres, dando lugar a sociedades donde los modelos de relaciones son desiguales entre mujeres y varones. La repercusión de este tipo de tradiciones sexistas, ha supuesto un grave perjuicio para la mujer, que se ha visto privada durante siglos, de infinitas oportunidades que le permitieran desarrollarse como persona completa y digna.
Existen por otra parte, un conjunto de procesos activos y operaciones, como son la invisibilización, la legitimación y la insensibilización, cuyo objetivo no es otro que el de minimizar la violencia, justificarla, ocultarla, encubrirla y negarla. De esta manera, resulta difícil reconocer la violencia y por tanto, combatirla.

        Los intentos de solucionar el problema de la violencia de género han sido relativamente recientes, encontrando como primeras herramientas, la Declaración de los Derechos Humanos, la perspectiva de las relaciones de género, o el feminismo. Estas herramientas han logrado visibilizar lo que hasta el momento, estaba encubierto. Es aquí, donde comienza el principio de la erradicación de la violencia, con el cambio en el concepto de la misma, hasta entonces patriarcal y encubridor de los hechos y su transformación hacia vías de intervención para combatirla.

      La lucha contra la violencia hacia las mujeres necesita de actuaciones pluridisciplinares e interinstitucionales, que no deben centrarse solamente en la protección de las mujeres y en la consecuente represión y reprendimiento de las conductas de los varones, sino que deben ser sostenidas por acciones políticas y educativas que combatan los modelos desigualitarios en las relaciones de género.

        El tipo de ayuda hacia este número escalofriante de mujeres, víctimas de la violencia doméstica, es muy complejo y no puede determinarse unilateralmente por parte de los organismos a través de los cuáles la sociedad proporciona dicha ayuda. La forma de proteger a la mujer de una forma unilateral, en la que se busca y condena al culpable y se le prohíbe acercarse a la víctima y en la que a la mujer maltratada se le ingresa a menudo en un centro de protección, es una forma de solventar el problema de violencia doméstica, que no deja de ser otra forma de alienar el poder y la capacidad de autonomía y decisión de una mujer.

        La mujer víctima de violencia tiene unas demandas específicas a las que se debe prestar atención y estas muchas veces no coinciden con la ayuda que la sociedad, o diversas entidades y organismos le brindan, decidiendo por ellas, desde un prisma muy diferente al suyo. Tal y como dijo un promotor de este enfoque:

           “Estamos tratando de vencer la frustración de los dispensadores de atención de salud que no entienden que a una mujer maltratada le cuesta decidirse a hacer algo. Cuando le pedimos a una mujer que en 10 minutos tome una decisión, le estamos diciendo: ‘Nosotros sabemos lo que le conviene’, lo cual no nos diferencia del agresor que toma todas las decisiones por ella” (Vitanza et al., 1995).

        Teniendo como base la necesidad de que la atención a las víctimas de la violencia esté de acuerdo con unas demandas específicas, consideramos eficaz el estudio de los mecanismos psicológicos de la mujer, el conocimiento de los factores que mantienen a la víctima unida a su pareja y la limitan a la hora de determinar una separación, es decir, los factores de riesgo tanto del maltratador, como riesgo tangible para la integridad física y psicológica de la mujer, como los indicadores de riesgo de la propia mujer, considerados como mantenedores y limitantes para poder romper con la relación violenta actual, o prevenir futuras.

        En mi tesis doctoral se llevó a cabo un estudio de aquellos factores que dificultaban o limitaban a la mujer víctima de maltrato a la hora de romper con la situación violenta, señalando la existencia de un entramado entre los diversos factores, que determinan en gran medida el fenómeno de la continuidad en los malos tratos. Se intentó evitar el emplazamiento en la creencia generalizada sobre las condiciones que generan y mantienen el maltrato conyugal, ubicadas históricamente en la cultura y en el género masculino, intentando, sin excluir los anteriores factores, enfatizar la relevancia de la contribución de la actitud de la mujer frente al agresor y la presencia en ésta de ciertas características que pueden ser determinantes para romper con la situación de violencia.

      Bajo este planteamiento, el objetivo se encaminó a aportar evidencias de que no existen factores determinantes en la violencia, sino situaciones de factores sociales, psicológicos, económicos y jurídicos interrelacionados, que la hacen proclive tanto a padecerla, como a mantenerla, siendo la actitud psicológica que la víctima muestra frente a la violencia, una de las principales armas para combatirla.

      Durante mis años de trabajo en el Centro Mujer 24 Horas de Valencia, donde realizaba atención directa a mujeres víctimas de violencia de género, me surgieron diversas cuestiones, que me planteaban dudas sobre la forma de facilitar la ayuda adecuada a las mujeres y al resto de familia.

        En ocasiones la sociedad tiene una visión parcial de la violencia doméstica lo cual añadido a la mitología existente en referencia al maltrato favorece el surgimiento de actitudes sociales de resolución y conclusión del problema mediante la culpabilización y condena de los actos del agresor, concibiéndolo como alguien que se encuentra muy alejado de nuestra realidad. Esta solución de condena al agresor puede reportar una tranquilidad para la conciencia, pero es simplemente una postura incompleta, cómoda y errónea. El replanteamiento que la sociedad hace de este problema no incide en la reflexión personal de cada una/o de nosotras/os a fin de identificar la existencia de violencia en nuestra vida cotidiana.

         Hay que llamar la atención sobre el hecho de que actualmente, a nivel social se cree que existe una fuerte concienciación sobre el problema de la violencia doméstica, pero la realidad es que cuando nos encontramos ante ella, no queremos aceptarla. El hogar familiar continúa siendo un lugar privado y como tal, se debe evitar inmiscuirse en su intimidad y sus problemas.

          El problema de la violencia doméstica lleva a cuestionarnos multitud de preguntas. ¿Por qué muchas de las mujeres objeto de este tipo de violencia no interponen soluciones inmediatas ante el primer indicio de violencia?, ¿Qué motivos impiden a la mujer maltratada romper con la situación de maltrato distanciándose del violento?, ¿Es quizá porque se produce una gradual y progresiva acomodación a la situación, aumentando con ella su inmunidad a la misma y disminuyendo su vulnerabilidad emocional?, ¿Es posible que con el tiempo, sean necesarias dosis mayores, con mayor frecuencia e intensidad de violencia, para que la víctima decida romper con la situación?, ¿Puede deberse a que los malos tratos implican que la víctima se desvincule en mayor medida de su realidad, interponiendo mecanismos de afrontamiento inadecuados e infructíferos para este tipo de situación, tales como la negación de la realidad, y la desdramatización de la situación, los cuales ayudan a reducir su afectación emocional, sobreviviendo así a la situación y manteniéndola en el tiempo?.

        Todos estos interrogantes y muchos más, fueron planteados cuando nos preguntamos sobre los condicionantes que hacen que mujeres con buenos recursos personales e independencia económica, toleren la existencia de este tipo de situaciones en sus vidas o sobre las diferencias existentes entre las mujeres que rompen con la situación de violencia, de las que no rompen. Es más fácil creer que la violencia sólo ocurre en ambientes marginales, donde la incultura y la pobreza dominan sobre el resto, pero no es así. La violencia existe, pero no como un hecho aislado en ciertos sectores de la sociedad, sino como un hecho generalizado en nuestras vidas. Todos somos objeto de la violencia en una u otra ocasión, pero hay algo que nos diferencia a unas/os y a otras/os en cuanto al manejo y reacción ante la misma.

          La visión particular desprendida de la práctica profesional, hace que se plantee la necesidad de un cambio de actitud ante la violencia doméstica, tanto a nivel de intervención profesional, como a nivel de actitud social. No hay que olvidar, que las/los profesionales, como miembros pertenecientes a una sociedad, estamos también adscritos a unos referentes culturales y sociales, que actúan como puntos de referencia a partir de los cuales, se actúa en consecuencia.  

           Una vez en la práctica, cuando se interviene de forma directa con mujeres que han sufrido o sufren malos tratos por sus parejas, surgen nuevas dudas.

          En el Centro Mujer 24 horas, durante la primera entrevista y una vez recogida la información necesaria, se plantean los objetivos de la intervención. Hay que señalar, que toda la información recogida no permite su inmediata identificación. Muchas mujeres acuden al Centro, conociendo la finalidad del Servicio y realizando una demanda clara, pero otras muchas, que acuden por iniciativa propia, o derivadas por otros profesionales, presentan un estado de confusión generalizado, a la vez que desconocen el objetivo del Centro Mujer. El objetivo del Centro Mujer es ofrecer a la mujer maltratada una ayuda integral que le ayude a reestablecer su vida excluyendo de la misma a la violencia. Tras la entrevista, las profesionales intercambian su visión sobre la situación de malos tratos manifestada por la mujer, a fin de ajustar los pasos de la intervención, atendiendo a un orden preestablecido de objetivos profesionales entre los que destaca en primer lugar el de evitar el riesgo de sufrir futuros daños físicos/ psíquicos tanto la mujer como los hijos que estén a su cargo.

        Según los conocimientos sobre la problemática y los derivados de la propia experiencia, las profesionales establecen con relativa exactitud unos objetivos de intervención, los cuales de manera muy probable, dicha mujer alcanzará. Las profesionales a su vez son conscientes de los objetivos que la mujer tendrá menos probabilidades de conseguir, por sus circunstancias personales.

           La intervención debe respetar los objetivos de la mujer y que esta supondrá finalmente la ruptura con la situación de violencia. Esta forma de trabajo coincide con el planteamiento de Wileman y Wileman (1995) en su estudio de la violencia doméstica , en el que señalan que la política social de muchos países está orientada a ofrecer a las mujeres ayuda económica, legal y emocional, pero sin embargo no les enseña a adquirir la capacidad, el conocimiento y las habilidades sociales necesarias para lograr un equilibrio de poder en las relaciones de pareja, o de romper la relación sentimental en el caso de que lo deseen, dado que aunque algunas víctimas desean abandonar a sus parejas que han ejercido violencia con ellas, otras sin embargo quieren permanecer con su pareja, a condición de que cese la violencia.

            En este punto nos planteamos para nuestro trabajo la necesidad de conocer y ahondar más en los factores que facilitan o dificultan a la mujer salir de la situación de violencia. ¿Qué lleva a las profesionales a pensar que unos objetivos serán más realistas y accesibles para una mujer y otros más utópicos?. Sin duda nos guiamos por la valoración general de la situación en todos sus aspectos, no descartando las impresiones y percepciones que se soslayen a la misma, en cuanto a la manera de vivir la situación y de confrontarla. Es decir, sabemos que los factores que dificultan o facilitan que una mujer rompa con la violencia son sociales, económicos, psicológicos y jurídicos, pero ciertamente, unos tienen más peso que otros, según la persona. La información recogida por las profesionales, corresponde a la situación de violencia manifestada por la mujer, a la vez que se observa el comportamiento manifestado por la misma, recogiendo en el protocolo psicológico la sintomatología pertinente. También se recoge el grado de coherencia entre el relato manifestado y la forma de transmitirlo, advirtiendo en ocasiones una aparente frialdad o minimización de los hechos, tremendismo, desvirtuación de la realidad, fatalismo, etc. Para terminar se recogen los mecanismos de afrontamiento con los que la mujer enfrentaba la situación, a nivel psicológico, social y jurídico.

            Muchas veces tras recoger la demanda realizada por la mujer o las expectativas planteadas, se percibe la existencia de incoherencias entre la demanda planteada y las acciones de la mujer, por lo que es necesario replantear los objetivos, priorizando sobre aquellos que se manifiestan de forma clara.

            Una vez obtenida toda la información relativa a la situación de violencia manifestada, a la forma de vivirla y la forma de confrontarla, se valora el caso global considerando si la mujer dispone de suficientes recursos personales y sociales como para manejar y afrontar la situación expuesta.

            Hay que tener en cuenta en este punto, que existe una grave tentación por parte de los profesionales de diferentes áreas de atención a víctimas de violencia doméstica, de intervenir sobre la situación de violencia desatendiendo la demanda real efectuada por la mujer. Si atendemos a los objetivos de la mujer, informándole de todo lo necesario relacionado con su situación de malos tratos, que le ayude a efectuar un replanteamiento de la situación, efectuará una maduración de la decisión, con la consiguiente posibilidad de romper con la situación de violencia y por tanto, mayor probabilidad de conseguirlo.

           Como profesionales, nuestro primer objetivo debe ir dirigido a intervenir sobre los factores que supongan un riesgo para la mujer y los/las menores, con acciones que preserven su integridad física y psicológica. Para ello, si la mujer que acude al Centro se plantea como objetivo la ruptura con el violento, le ofreceremos la información psicosocial y jurídica necesaria y le apoyaremos durante el proceso. Si por el contrario, la mujer no plantea en un primer momento la ruptura con el violento y demanda alternativas de solución para su malestar diario, le proporcionaremos, cuando las circunstancias de su situación de malos tratos lo permitan, vías que sirvan de apoyo para mejorar su situación, las cuales a su vez le ayudarán a mejorar la autoestima, reforzando su capacidad personal y su autonomía, lo que muy probablemente significará en el futuro una confrontación eficaz con el problema de violencia. Hay que obviar que cuando la integridad física y psicológica de la mujer y de los menores corre peligro, se interviene de forma directa realizando las acciones legales pertinentes (solicitudes de protección, contacto con protección de menores, etc.)

             Pero entonces, ¿Por qué existen mujeres que reciben malos tratos, que aún siendo conscientes de que estos pueden llegar a ser fatales, ofrecen una respuesta psicológica y conductual que puede parecer negligente al continuar en la misma situación?. Estas mujeres continúan expuestas al riesgo de sufrir nuevos daños físicos y su imagen de aparente estabilidad emocional hace que muchas veces los profesionales confundan cuál debe ser el objetivo de su intervención. Se supone que, dado que el ser humano posee instintos que le ayudan a sobrevivir en el medio, salvaguardando su integridad física y psicológica, ¿cómo entonces encontramos en estas mujeres la capacidad de controlar consciente o inconscientemente ese instinto, si se supone que por el mismo motivo de serlo, es incontrolable? Es aquí donde se plantea el interrogante del límite entre una integridad personal y otra. Ambas son necesarias para el bienestar personal, pero aún siendo conscientes del riesgo que corren si deciden quedarse en la relación tormentosa, muchas lo hacen. Un motivo explicativo de nuestro planteamiento podría ser la atribución causal que la mujer maltratada realiza de la situación violenta, sintiendo que es en parte responsable de la misma, o quizá no perciba el riesgo de la misma forma que una persona que no se encuentre directamente involucrada en la situación.

            En este punto se hace necesario plantearnos el significado de tener o estar en riesgo. Riesgo es un concepto epidemiológico utilizado para referirse a la probabilidad de que ocurra un evento en el futuro. La identificación de los factores de riesgo sirve tanto para evitar que vuelva a ocurrir algo que ya ha ocurrido (prevención secundaria), como para evitar que la situación tenga lugar (prevención primaria).

            En este sentido, la mujer maltratada puede pensar que controla de alguna manera la ocurrencia de la violencia y por lo tanto, puede evitar su aparición o reducirla. Este sentimiento de control de la violencia es bastante habitual y bajo nuestro criterio, es uno de los limitantes para romper con la situación de violencia.

            Si bien es cierto que para salir de una situación de malos tratos es necesario tomar conciencia de que se está siendo víctima de una situación, no hay que olvidar que existe el riesgo de que este sentimiento cause victimización y en consecuencia pasividad y conformismo con la situación conflictiva.

            La condición de víctima en la que se ubica a la mujer, por lo general, más que ayudarle a superarse y abandonar la relación violenta en la que vive, lo que hace es perjudicarle, ya que en el momento que ella adquiere y se apropia de dicha condición, reduce la responsabilidad sobre sus acciones y su capacidad y oportunidad de constituirse y agenciarse a sí misma (Packman, 1997). En nuestra intervención con mujeres maltratadas observamos que cuando la mujer se considera víctima de la relación, corre el riesgo de caer en la indefensión, en la que su actitud tenderá hacia la pasividad, por pensar que su pareja tiene más poder que ella. Estos hechos propician que la mujer desarrolle sentimientos de minusvalía, los cuales unidos a la baja autoestima, los sentimientos de culpabilidad, el aislamiento y la percepción de carencia de apoyo, etc, harán que su sentimiento de capacidad y autoeficacia disminuya, por lo que verá imposible escapar del maltratador (Rothenberg, 2003).

             Una percepción observada derivada de la experiencia en la intervención con mujeres, es que cuando la mujer tiene una percepción realista de la situación de violencia que está viviendo y no disculpa las actuaciones del agresor, está preparada con un mayor índice de probabilidades para poder afrontar la ruptura con la situación de violencia. Esta observación será analizada en la investigación.

             No obstante, el hecho de considerarse víctima, es un paso necesario para plantearse un cambio en la situación de violencia, de ahí la importancia de la “resilience” (resiliencia) de cada mujer para poder afrontar esa situación de manera resolutiva y efectiva.

           A fin de rentabilizar la intervención, se pretenderán conocer las limitaciones personales principales con las que se encuentra cada mujer para romper con la situación de malos tratos.

          Otro factor fundamental para el éxito de la intervención está relacionado con la actitud mostrada por la mujer ante la situación personal que presenta y también con las expectativas que tenga del apoyo que va a recibir del Servicio.

           Esta diferencia de actitud consiste en la actitud pasiva o exigente de muchas mujeres de realizar una demanda que aunque revista ayuda temporal, no solucione de forma definitiva su problema de violencia, o la actitud, a nuestro juicio, con más posibilidad de éxito, que consiste en las expectativas personales que la propia mujer espera conseguir con la ayuda del Servicio.

          Determinadas actuaciones políticas actúan en este sentido de manera contraproducente, ofreciendo soluciones que pueden parecer definitivas, pero que en realidad no son más que parches temporales que no cubriendo la demanda existente, fomentan la actitud de afrontamiento psicológico pasiva y negativa de las mujeres que reciben malos tratos, incrementando el sentimiento de victimización en ellas a fin de conseguir cumplir los requisitos de “mujer maltratada” y conseguir la promesa política efectuada.

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