Comunicación en la pareja
1. No culpar a la otra persona por cómo nos sentimos: debemos hacernos cargo de nuestras propias emociones, en lugar de responsabilizar a nuestra pareja. Y no deberíamos confundir sus emociones con las nuestras. Por ejemplo, si nuestra pareja llega a casa y nos grita por una tontería porque viene con estrés del trabajo, nuestra primera respuesta suele ser tomárnoslo como algo personal y sentirnos agraviados. En lugar de eso, un poco de empatía y una simple pregunta, como “¿va todo bien?”, pueden evitar una discusión.
2. No intentar cambiar a la otra persona: cuando intentamos cambiar a alguien jugamos al juego “si tan solo fuera…”. Por ejemplo, “si tan solo fuera más ordenado/más sociable/menos quejica/más generoso, nuestra relación sería fabulosa”. Pero no podemos cambiar a la otra persona. Tan solo podemos cambiar nuestras respuestas y comportamientos. Eso no nos hace más débiles, ni significa que no podamos pedir lo que queremos o necesitamos. Claro que podemos, pero como adultos, no como niños. Los niños se quejan, los adultos se explican.
3. No utilizar la palabra ‘tú’, sino la palabra ‘yo’: debemos hacernos cargo de nuestros propios sentimientos, diciendo “Yo me siento así cuando haces eso”, en lugar de “Tú hiciste eso y me hiciste sentir así”. Por ejemplo, si nuestra pareja no colabora en las tareas de la casa, en lugar de quejarnos de que nunca nos ayudan podemos explicarles que nos gustaría que ayudaran más.
4. Eliminar las palabras ‘nunca’ y ‘siempre’: casi siempre son acusatorias, como cuando decimos: “nunca vacías el lavavajillas” o “siempre te olvidas de mi cumpleaños”. Si además señalamos con el dedo nos habremos adentrado definitivamente en el territorio de las culpas. Junto con las culpas vienen las críticas y algo estrechamente relacionado con ellas: el desprecio; un veneno para una relación. Cuando hay puntos que se resisten y parece que no se van a resolver, hay que apelar a la naturaleza buena de la otra persona. Por ejemplo, es más probable que consigamos regalos y rosas con la frase: “Me gustaría que te acordaras de mi cumpleaños, realmente me molesta cuando no lo haces”; que con comentarios sarcásticos acerca de su memoria selectiva; del mismo modo que con comentarios despectivos acerca de lo fabuloso que sería que los lavavajillas se llenaran solos es mucho más probable que acabemos con el fregadero lleno de platos sucios.
5. No ponerse a la defensiva: es simplemente otra forma de culpar a la otra persona. Por ejemplo, si decimos: “no es culpa mía” implícitamente estamos diciendo que “es suya”. Intentar ver el punto de vista de la otra persona no es retroceder, es avanzar; no es un signo de debilidad, sino de fortaleza. Hace falta generosidad para ponernos en la piel del otro, y si las relaciones prosperan con cada gesto, conviene alejar de la situación nuestros sentimientos personales y mostrar generosidad.
6. No enfurruñarse o dar evasivas: los hombres son especialmente buenos en esto; por lo general con el pretexto de “estar manteniendo la cabeza gacha”. El silencia puede ser una forma de castigo (tan hostil, a su manera, como u estruendo de ira) y el rechazo a entablar una conversación hace imposible una reconciliación.
7. No alargar las discusiones: aprender a aceptar una disculpa, y a disculparse, no necesariamente por la acción (a veces tenemos motivos para estar enfadados), sino por la situación: “Siento que hayamos tenido una disputa tan estúpida”.
8. No hacer presunciones sobre el comportamiento de otras personas: ¿cómo podemos aprender a no hacer esto? Parándonos y haciéndonos unas preguntas sencillas: “¿Cómo sé si eso es realmente cierto? ¿Estoy sobredramatizando la situación?”. Por ejemplo, podemos dar por hecho que alguien llega tarde por dejadez, porque no le importamos, cuando en realidad puede haber llegado tarde por innumerables motivos que no tienen nada que ver con nosotros. Otras formas de lectura de la mente incluyen esperar que la otra persona cumpla nuestros deseos y necesidades sin dejárselas claras; esto se basa en otra presunción: “Si me quiere, debería saber”. Sin embargo, nadie, por mucha intimidad que tengamos, es clarividente.
9. No ser controlador: nuestra pareja puede cocinar fatal, pero interferir continuamente no va a hacer que lo haga mejor. Las personas son imperfectas, incluso las que amamos, y el control es una forma de juego sucio. Si ponemos a alguien en un altar, lo más probable es que se caiga. Una estrategia a la que suelen recurrir las parejas es retirar el afecto o negarse a practicar sexo, pero quien sale mal parado realmente de ese juego es la relación, ya que ambas personas se alejan aún más. Otra estrategia es hacerse la víctima. La frase “solo intentaba ayudar” es una forma manipuladora y sutil de control.
10. Tener buenos modales: no en el sentido de fría cortesía (que junto con el desprecio puede hacer tanto daño como insultar abiertamente), sino en cuanto a tratar a nuestra pareja como a nuestros mejores amigos: con respeto, cariño y tolerancia. Lo que más llama la atención de los amigos con una buena relación de pareja es que ambos se tratan que con consideración. No es fácil, pero hay que intentarlo. Y es que cuando hay buena voluntad siempre hay una vía.